En vitivinicultura, muchas veces lo que se presenta como nuevo en realidad es bastante viejo. Una mirada personal a una tendencia que se impuso en el mercado argentino y que ha logrado moldear las costumbres de los consumidores.

Por Fernando Garello – “Todo lo nuevo vende”, confiesa el enólogo de una bodega mendocina, durante una charla casual en una vinoteca del centro de Rosario. La frase que me quedó resonando durante unos días en la cabeza, bien podría completarse de esta manera: no importa si el vino es bueno en cuanto a calidad o si tiene algún tipo de valor adicional, como por ejemplo el patrimonial, lo que importa es que sea o incluso parezca novedoso. También refleja el comportamiento de la mayoría de los consumidores argentinos que en apenas unas décadas pasaron de la fidelidad incondicional hacia las grandes marcas y bodegas, a la búsqueda desenfrenada por todo lo que se propone como nuevo.
Uno de los problemas que aparecen es que en viticultura lo nuevo suele ser bastante viejo, como el auge de los vinos naranjos o de los Pet Nat que se registró hace un par de años y que en realidad son productos elaborados mediante técnicas ancestrales de vinificación, es decir, previas a la revolución industrial.
Por otro lado, una de las preguntas que suelo hacerme es si esta tendencia será capaz de mantenerse en el tiempo o alcanzará un techo y comenzará a extinguirse de manera gradual o repentina, como lo hizo a principios de los años 2000.
Particularmente me gustan los cambios y no sería capaz de beber siempre el mismo vino, aunque éste sea una de mis preferidos. Sin embargo, el cambio vertiginoso que hoy proponen la mayoría de las bodegas argentinas me resulta exagerado.
El valor de la coherencia
Como suelo contar a menudo, cuando analizo el portfolio de una bodega presto especial atención a los vinos de gama más baja porque si son capaces de hacerlos bien, no tendrán inconvenientes en elaborar las etiquetas de la gama más alta. También busco coherencia, una suerte de hilo conductor entre los productos que elaboran a través de los años. Es algo distinto al estilo, porque puede haber coherencia incluso entre estilos diferentes y hasta antagónicos.
Si hay coherencia, quiere decir que no estamos ante aventureros u oportunistas y que el proyecto tiene grandes chances de consolidarse y evolucionar a través del tiempo.
Como dije, los cambios constantes en la búsqueda de lo novedoso como un valor en sí mismo, lejos de entusiasmarme, me aburre, sobre todo cuando se trata de bodegas que solo quieren “estar actualizadas” y no dudan en subirse a cualquier nueva ola que asome en el horizonte. “Cualquier trole le queda bien” dice una frase famosa que refiere a una persona que no tiene rumbo.
¿Será por todo lo expuesto que cada día me gustan más los vinos de la DOC Luján de Cuyo que en medio de tanto vértigo, afloran como productos que solo los imponderables como el clima pueden alterar y variar?